Si los baby showers ya parecen espectáculos pirotécnicos y las comuniones compiten con Las Vegas, no es de extrañar que muchas bodas se estén convirtiendo en festivales. Pero, ¿a qué precio?
Sí, puedes ahorrar algunos euros comprando en las páginas de siempre —las que todas conocemos y no necesitamos nombrar—, pero la lista de “imprescindibles” crece cada semana. Y, claro, todo esto cuesta. Cuesta dinero, energía y, a veces, el sentido original de la celebración. ¿Es lo que los invitados realmente esperan… o lo que llevan años vendiéndonos las influencers para mover la maquinaria de mil sectores distintos?
Pulseras VIP, luces LED hasta en el bolso de tu madre, photocalls con más producción que una gala de premios, coctelería molecular, toboganes inflables… ¿es una boda o el 50 cumpleaños de David Beckham?
Claro que los detalles marcan la diferencia. Pero si cada momento tiene su espectáculo o sorpresa programada, al final acabas celebrando una rave ibicenca… y, querida, ninguna marca de ron te está patrocinando.
Y ya ni hablar del protagonismo: cada vez hay más fotos de los invitados que de los propios novios. Normal, si cada rincón es una trampa para decir “¡Wow!” en redes sociales.
Consejo: haz una boda porque es vuestro día. Porque os lo merecéis. Porque merecéis brillar. Que si alguien quiere un festival, para eso están los carteles del verano.