¿Te acuerdas de esas pelis noventeras como El padre de la novia? Hacían los “sittings” con una cartulina y papelitos con velcro, colocando los nombres alrededor de círculos que representaban mesas. Hasta salían escenas enteras de gente debatiendo:
—La tía Harriet no puede ir al lado de la tía Pupusa, ¡que no se tragan!
Y oye, por extravagante que pareciera, no iban tan desencaminados. Ay, amiga. Tan desencaminadas no iban.
⸻
Cuando me tocó a mí…
Cuando me tocó a mí, abrí mi programa de confianza y me puse a colocar a la gente. Que si mesas de 8, de 10… algunos no cuadraban, otros se quedaban descolgados de sus allegados. Lo típico. Pero pensé: “Con el cóctel y todo eso, tampoco van a pasar tanto tiempo sentados.” Una es positiva.
Ay. Pasaban los días, y los invitados caían como fichas. Aparecían otros, desaparecían algunos más. Las mesas que yo daba por fijas empezaron a moverse solas, y el programa, que al principio me daba seguridad, acabó dándome tirria.
La que se reía viendo aquellas películas noventeras, pensando que eso de las cartulinas y el velcro era de locas… acabó en el supermercado, comprando pinzas de la ropa con cara de derrota, escribiendo nombres con rotulador y colocándolos en círculos de papel con un número de mesa. ⸻
Las pinzas iban cambiando de sitio. Ya no había que arrastrar una y otra vez, eliminar, resaltar. Sólo había que apretar y ponerla en otro papel.
Es cierto que, años después, mi prima Esther y mi amigo Álvaro se han hecho grandes amigos secando mi par de calcetines. O que la tía Amparo y el amigo de mi marido han coincidido más de una vez en los calzones de mi marido.
⸻
Moraleja
A veces, lo más práctico es lo más extravagante. Y lo que parecía anticuado termina siendo tu salvavidas con pinzas.
Buena semana, querida/o lectora/or.